dimarts, 29 de març del 2011

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Estaba sonando Eastbound, la canción que rima con abrazos que no quieres que se acaben, con mirada anonadada a los edificios de la Plaza de la Reina cuando vuelves a casa, con conversaciones en el césped y, en definitiva, que rima con todo lo que tenga que ver con las idas y venidas, con viajes en autobús con el sol brillando frente a la cara como cuando solíamos cantar canciones de Manolo García los fines de semana en el coche, cuando me he topado con un fragmento en El País Semanal. "Ahora soy yo quien quiere a Tokio. Y  pensar que alguna vez llegué a creer (tan arrogante y tan tonto era entonces) que Tokio no me quería.." Cómo no. 
Luego hemos pasado por un matadero de pollos y conejos, y la imagen corporativa era un conejo verde sonriente con una zanahoria. Irónica muestra de que hay que seguir sonriendo. 
He mirado al conductor, yo estaba en primera fila, justo donde pone "no poner los pies"; los he puesto y he mirado al conductor. Se parecía a tu padre. Y he dibujado un somriure, aunque uno de pena. Me encanta la palabra somriure

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