dilluns, 28 de febrer del 2011

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Y qué más da si esto es el fin,
yo trato de matar el tiempo
y entre tanto lo que el tiempo
intentará es matarme a mí.
Y estas líneas, ya lo ves,
son lo más desesperado
para tenerte a mi lado
que se me ha ocurrido hacer.
Y si me dejas que lo intente
sólo una vez más
me odiarás secretamente
y para siempre jamás,
porque hacen falta, ay, amor,
más de dos vidas enteras
para corregir siquiera
el más mínimo error.


diumenge, 27 de febrer del 2011


Sí, me dijo a través de sus gafas de sol pop-star, de la misma manera que si el alga posidonia se muere entonces se muere el Mediterráneo, si se hunde Las Vegas se hunde el desierto que la circunda, se hunden todos los desiertos, y con ellos mi bikini, ¿es así o no es así?, dime, ¿es así o no es así?, y yo asentí pensando que todo aquello, nuestro Proyecto, le estaba afectando, que sus comentarios cada vez eran más, aunque lúcidos, deshilados, no sé, bebí agua carbonatada, vi pasar un balón rodando junto al amarre de un velero, después a un manco que miraba una gaviota, después a otro manco que parecía tener prisa, mientras ella continuaba argumentando que el paraíso musulmán no es el cielo sino Las Vegas, el vergel de mujeres bien dimensionadas, felicidad sin The End y agua cristalina en mitad del desierto que se les promete a los musulmanes en la otra vida si en ésta han sido buenos, y poco más tarde, ya al mediodía, salimos del bar con la noticia de la muerte de la gata, y paseamos por el muelle en silencio, viendo los barcos, las redes, los adoquines mal encajados en la misma medida que en nuestros cerebros de repente todo estaba por encajar, y todo era como ajeno a nosotros y nosotros ajenos a todo, película de super-8 en la que el mundo se mueve tembloroso, a hachazos, nosotros éramos el silencio, su silencio, el silencio entre temblor y temblor, entre fotograma y fotograma, entre hachazo y hachazo, ella con la funda rígida de guitarra en su mano izquierda, que contenía todo lo referente a nuestro Proyecto, nuestro Gran Proyecto, como nos gustaba llamarlo, y yo con las manos en los bolsillos, paleto, muy paleto, como decía aquel LP de Belle&Sebastian que el año anterior habíamos escuchado a todas horas mientras gestábamos el Proyecto, nuestro Proyecto, ambos en silencio, el silencio es importante, todo creador lo sabe, se dice más con lo que se calla que con lo que se enuncia, un buen cuadro, un buen poema, una buena casa, una buena teoría científica están armadas en torno al silencio, a ritmos de silencio (...)


Nocilla Lab, Agustín Fernández Mallo

dissabte, 26 de febrer del 2011

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¿No ha tenido usted nunca la sensación de haber sido expulsado de su vida como cuando nos apeamos accidentalmente del autobús en la parada que no es? El autobús o la vida siguen su marcha, alejándose de nosotros, que los perdemos de vista cuando doblan la esquina. Continúan existiendo, pero en una dimensión lejana, en la que atraviesan calles o plazas que quedan fuera ya de nuestro alcance. ¿Y nosotros? ¿Qué hacer cuando uno se queda fuera de su propia vida? Hay quien se atiborra de ansiolíticos o somníferos. Hay quien se entrega al alcohol. Hay quien se dedica a hacer dinero... Todo ello para acostarse zombi, levantarse zombi y pasar el día zombi. De ese modo, no echas tanto de menos la vida de la que has sido expulsado (o de la que te has caído, o que has abandonado en un movimiento entre voluntario y no). Muchos, en un intento de recuperar esa vida, leen los libros o revisan el cine o retoman los hábitos que recuerdan ligados a ella. Pero lo cierto es que, fuera de la propia existencia, todos esos placeres carecen de emoción. Se le caen a uno de la mano las mejores novelas, abandona a medias las películas en otro tiempo más estimulantes, le resultan opacos los paisajes que le hicieron llorar. Los hay que se resignan, aceptando lo ocurrido como una suerte de jubilación anticipada y forzosa, una especie de pequeña muerte a la que tarde o temprano, a base de sofá y telebasura, piensan, se acostumbrarán. Pero la mayoría, me gusta imaginar, espera tenazmente el regreso de esa vida, desde donde quiera que esté, para subirse de nuevo a ella, y vivirla, en esta oportunidad, con mayor frenesí que antes. La mitad de la gente que vemos bajo las marquesinas callejeras -yo entre ellos- fingiendo esperar al autobús, esperan en realidad que vuelva a pasar su vida por delante para retomarla de nuevo, aunque sea en marcha.

En marcha, Juan José Millás